Mal uso de recursos hídricos y productos fitosanitarios: principales trabas para una agricultura sustentable

Mal uso de recursos hídricos y productos fitosanitarios: principales trabas para una agricultura sustentable

La eficiencia de riego, en promedio, del país no supera el 40%. En cuanto al uso de pesticidas pareciera estar algo más normado, la realidad es que solo el rubro de la fruta de exportación cumple con ciertas exigencias impuestas por sus mercados de destino, pero todo lo que se comercializa internamente está poco regulado.

Pese a que las definiciones de “agricultura sustentable” varían dependiendo de la corriente de pensamiento, sí es claro que en los tiempos que corren es imperativo cultivar alimentos que sean inocuos no sólo para la salud humana, sino también en su proceso productivo. Es decir, que este no ocasione daño al suelo, aguas, flora, fauna ni a ningún aspecto del medio ambiente. Ello incluye aprovechar al máximo los insumos, de manera de no convertirse en máquinas de generar desechos.

¿Cuál es la situación actual?

Mucho suelo agrícola ha perdido o está en proceso de perder su calidad, tanto por sobreexigencia como a consecuencia de las aplicaciones nutricionales o fitosanitarias que se realizan en los distintos cultivos y que permitan obtener resultados por sobre las capacidades biológicas, químicas y físicas del terreno.

Con los recursos hídricos ocurre algo similar. Más allá de la sequía que los últimos años ha golpeado a distintas zonas del país, históricamente se ha hecho un mal uso del agua.

La agricultura utiliza entre un 75% y 78% de los recursos hídricos disponibles, pero la eficiencia promedio de eso es de 35% a 40%. Incluso hay casos donde algunos sectores han invertido en implementar sistemas de riego para optimizar su irrigación, no siempre ha dado resultado.

Ante este escenario, si la agricultura nacional quiere iniciar el giro hacia una producción sostenible debe solucionar las limitantes estructurales y culturales existentes y que son dos de los pilares base de la producción de alimentos.

Los primeros pasos hacia el cambio y sus tropiezos

Para Carlos Quiroz, coordinador nacional del Programa de Sanidad Vegetal del INIA, en Chile coexisten dos realidades muy diferentes: la de la agricultura destinada a la exportación y la dirigida al mercado interno.

La explicación es sencilla, los clientes internacionales fijan sus normas de calidad, sanidad e incluso producción para recibir los productos provenientes desde el extranjero, entre ellos, Chile.

Ello implica exigencias específicas en cuanto a residuos químicos, presencia de plagas o enfermedades e incluso, el cumplimiento de ciertos puntos críticos del proceso productivo, como la calidad del agua de riego.

“En la agricultura de exportación, los productores se preocupan de cumplir con la normativa y los tiempos de carencia (tiempo entre la aplicación y la cosecha) de los productos aplicados para que su producto llegue sin residuos al mercado de destino.”, comenta Quiroz.

Con ello lo que se busca es que al llegar a destino el producto no tenga trazas por sobre las permitidas, lo que implicaría que sería rechazado, con la consiguiente pérdida económica para el productor. Con ello se limita también la contaminación del ambiente.

Una forma de enfrentarlo es la utilización de productos fitosanitarios más selectivos y específicos para las plagas y enfermedades presentes en sus huertos. Con ello se evita eliminar otras especies benéficas y, además, los productores disminuyen los costos y posibles residuos en los productos.

Dada esta necesidad de cumplir con estándares de los compradores, otra alternativa que crece en el mercado fitosanitario son los biocontroladores, donde algunos han demostrado muy buenos resultados según el entomólogo Carlos Quiroz.

Avances en riego

Por otra parte, la falta de agua a causa de años secos y la oportunidad de optimizar costos asociados al riego fueron motivando a ciertos productores a invertir en sistemas de riego tecnificado presurizado como el goteo, aspersión o pivote. Sin embargo, los resultados entre ellos son dispares.

“Hay sectores con 90% de eficiencia con riego por goteo, pero con el mismo sistema también hay eficiencias del 60%, y lo mismo pasa con el riego por aspersión. Son cifras bajas para lo esperado, pero el manejo del agua no es el adecuado y por eso estos resultados”, señala el Dr. Eduardo Holzapfel, miembro del Centro del Agua para la Agricultura y profesor emérito de la U. de Concepción.

El argumento esgrimido por Holzapfel es que los operadores del riego lo hacen mal y que muchas veces los encargados del campo ponen a los trabajadores con menos preparación en esta labor. Los resultados son que, además del mal uso del agua, también se pierde energía y se arrastran productos químicos de la planta al suelo y del suelo a los acuíferos, generando contaminación.

“Le hemos recalcado al agricultor la importancia de que si el sistema se está usando mal, indudablemente se van a elevar los costos”, dice el especialista del Centro del Agua para la Agricultura.

La persona a cargo del riego debe contar con cierta capacitación y conocimiento del sistema para que pueda seguir correctamente los protocolos de riego como volumen, tiempo de riego y ubicación de las boquillas o goteros.

Holzapfel recalca que se riega con muy poco conocimiento de las necesidades específicas del cultivo y que es bastante usual que los sistemas estén mal manejados, sobre todo porque los emisores deben ir en la extensión de las raíces, y no en otra zona de la planta, ya que de lo contrario los fertilizantes que están en las raíces van a parar en los acuíferos.

Hortalizas, el sector que se queda atrás

En la agricultura de hortalizas los niveles de tolerancia de residuos químicos suele superarse porque al estar orientada al mercado interno, la probabilidad de que esas hortalizas sean sometidas a un análisis de residuos es muy baja.

“Hay muy poca fiscalización porque el análisis de laboratorio es caro, unos $100.000 por muestra y se requieren varias para ser representativos”, explica Carlos Quiroz.

El Programa Nacional de Sanidad Vegetal del INIA apunta a buscar las opciones reales que se pueden implementar para disminuir el uso de plaguicidas, primero en frutas y luego en hortalizas.

Para el coordinador nacional de esta iniciativa, y pese a existir un compromiso país al ser parte de la OCDE, con frecuencia los hortaliceros no respetan los tiempos de carencia e incluso, en ciertos casos, aplican productos no registrados en el SAG, lo que es una ilegalidad.

La primera acción del programa fue ver qué estaban haciendo los productores en materia de uso de plaguicidas y cómo hacían sus manejos fitosanitarios. Con esa información se vieron cuáles eran las brechas existentes.

“Tomamos un grupo de agricultores y les ofrecimos alguna alternativa, porque muchas veces ellos aplican por calendario y no porque la plaga esté presente en el huerto. Hemos impulsado el uso del monitoreo, que conozcan las plagas y enfermedades y así hacer las aplicaciones según lo que tienen en el cultivo y no porque en el papel dice que corresponde aplicar algo. Con esto se ha logrado una disminución del uso de plaguicidas”, relata Quiroz.

La estrategia ha funcionado. Se ha visto que sin ella se realizan hasta 10 aplicaciones por temporada, mientras que con el sistema propuesto por el INIA se ha obtenido un cultivo de igual calidad con un máximo de tres aplicaciones, lo que asegura de alguna forma que no se están sobrepasando los límites de residuos.

El camino a seguir

Para ambos expertos hay un concepto clave: transferencia tecnológica. Ya no basta con compartir conocimiento, hay que enseñar en la práctica cómo hacer lo que se necesita y por qué es importante, cuál será su efecto en la producción, etc.

“Tenemos que lograr transferir la forma correcta de operación de sistemas. En manejo estamos lejos, la gente tiene que tener más conocimiento de los procesos de riego para mejorar la eficiencia. Cuando se les muestra a los usuarios el resultado, toman consciencia de que hay que regar bien y a darle importancia, manejando mejor el agua”, argumenta Eduardo Holzapfel.

“Poco a poco se van adoptando estos temas. No es fácil que los agricultores cambien culturalmente salvo que se les muestren resultados. Para esto se necesitan grupos de transferencia tecnológica y días de campo junto a agricultores pioneros en estas modificaciones”, añade Carlos Quiroz.

Sobre hacia dónde va el camino más inmediato, la respuesta es a preocuparse de la calibración de equipos, porque hay que regar lo necesario, en el punto correcto del sistema radicular y durante el tiempo que el cultivo lo necesita. Lo mismo con las pulverizadoras, si no son monitoreadas, no aplican lo que el agricultor cree y se producen pérdidas que van directo al suelo.

“Los productores no tienen ningún control sobre el arrastre de contaminantes, porque si se riega mal no existe una consciencia. Pronto va a haber trazabilidad y estas prácticas ya no se podrán ejecutar”, mantiene el especialista del Centro del Agua para la Agricultura.

En países con normativas de regulación de maquinaria agrícola, entre otras leyes orientadas al consumo de alimentos más saludables y libres de trazas químicas, el primer impulso provino de las demandas de los consumidores, quienes querían que se les garantizara de alguna forma la inocuidad de las frutas y hortalizas que consumían.

Por ahora, en Chile hay algunas iniciativas en esa dirección, como las buenas prácticas agrícolas que exigen algunos supermercados; otras son los grupos que piden la descontaminación de suelos y aguas por contaminación agrícola, como los altos niveles de nitrógeno presentes en el suelo en Pan de Azúcar o las algas del Lago Rapel provocadas por nitratos.

“Es necesario hacer una planificación. Hay que empezar a pensar en eso, y los cambios quizás tomen una década, pero hay que partir por algo y bien hecho desde el inicio, porque si se construirán embalses, es mejor que ya el agua ya venga por tuberías presurizadas. Es más caro, pero te ahorras un gasto futuro”, concluye Holzapfel.

Fuente: Mercurio Campo

Ximena Fernández